¿Qué palabras para las nuevas canciones? ¿Cuál es el legado que orienta? La palabra revolución pronunciada en argentina con énfasis entre 1969 y 1974, al menos desde 1989, en todo el mundo, se refiere a un evento del pasado –reavivado únicamente en los sueños pesadillescos del libertarianismo neofascista que no teme pensarse a sí mismo como “revolucionario”.
En la Argentina contemporánea casi no se escucha en ninguna asamblea militante, fuera de los partidos de izquierda, cuya caracterización de 1989 les impide medir la catástrofe. Como indica el teorema célebre del diputado radical, a medida que los dirigentes se aproximan a la disputa electoral, la palabra revolución o revolucionario se apaga, ni siquiera sirve para pensar lo de Baglini porque no sirve ni en campaña.
La revolución hasta 1989 significaba la búsqueda del camino al socialismo, sobre la base de una tradición moderna para la cual las revoluciones suponen saltos de la sociedad en el tiempo hacia el futuro y la emancipación de los pueblos. Cuando Menem refiere a la “revolución productiva” en la década de 1990, todavía el término, a pesar de estar casi excluido del vocabulario durante el terrorismo de Estado, vuelve a ser usado por un político en campaña, un último respiro para el mito del progreso.
El mito modernizador que propone un salto hacia el futuro emancipado de los pueblos, define la historia moderna, por lo menos hasta 1989. Susan Buck-Morss lo define como “utopía de masas”. Los pueblos se liberarían en base a la socialización de los medios de producción o por el camino de la solución al problema de la necesidad del mercado capitalista por intermedio de la producción industrial de mercancías. El sueño del progreso modernizador, liberal y/o socialista.
En una asamblea de la agrupación Viento Sur, el último 2 de abril de 2025, nadie pronunció la palabra “revolución”, excepto el único compañero presente que militó en la década de 1970. Lo mismo, en un plenario al que fuimos invitados de la organización Patria y Futuro. Fueron los mayores de 70 quienes pronunciaron la palabra, y nadie más. Grabois, el dirigente más próximo a pronunciar la palabra, con el tiempo la fue quitando del repertorio.
En la década de 1970 los eternautas que hoy luchan en las calles los días miércoles, estaban impulsados por un claro sentido de propósito asociado a la idea de la revolución con base en el mito del obrero revolucionario y amparados por el ejemplo del Ché. Javier Trímboli, entre los últimos intelectuales marcados por la tradición del término “revolución” a mediados de la década de 1980, en el año 2016, en pleno macrismo ascendente, publicó: Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución.
Aunque la experiencia argentina kirchnerista no se vivió como revolucionaria, lo que hizo con esa experiencia del pasado es producir un movimiento de reparación. Los derrotados por el terrorismo de Estado, sobrevivientes de un brutal genocidio, de las entrañas de las víctimas, llevaron adelante un programa de reparación con la consigna de Memoria, Verdad y Justicia. Esa reparación fue de la mano de otras banderas caídas como las del Estado, la producción, el trabajo, la soberanía, la cultura, la ciencia y la educación. No obstante, a partir de la lectura del libro de Trímboli, se puede evaluar todo el proceso bajo la lógica de las políticas reparatorias. Ey, patria mía, puedo volver a nombrarte porque los genocidas están presos. Después del estallido de 2001, hubo margen para reparar lo que estaba completamente roto. Y el Estado con voluntad política demostró que esa reparación era posible.
Sin embargo, el kirchnerismo imán de las astillas de la cultura política revolucionaria de las décadas de 1960 y 1970 se presentó como “capitalismo serio” y país “normal”, una vida común posible en el capitalismo tardío, con fuerte presencia del Estado. Entre las postulaciones de Scioli, Alberto Fernández y Massa, en ningún momento el imán atrajo esas esquirlas. Todo fue a distancia de ese “faro” o imán, tan bien caracterizado por Trímboli en su ensayo. Acaso, el kirchnerismo esté mejor representado por los “pankirchneristas” que por sí mismo; o ahí está nuestra posibilidad como movimiento de masas.
La revolución tiene un correlato con la verdad, se puede leer entre líneas en Sublunar. La reforma puede ser mentira, si la revolución sucede, necesariamente es verdadera. El sueño de la justicia social puede ser proyectado mediante un programa o en base a una utopía más o menos modernizante y modernizadora, no obstante, la revolución implica su resolución inmediata. Tirar del freno del tren. No se aguanta la injusticia social. No se soporta, por lo tanto, se imagina un cambio revolucionario.
Buenos Aires, mayo de 2025
