El malestar digital

Facundo Bianco colabora en el libro de Lucia Fainboim: Cuidar las infancias en la era digital, presentado en la última Feria del Libro de Buenos Aires. Ambos impulsan la consultora Bienestar Digital, una organización especializada en proyectos que permitan construir vínculos más saludables con las tecnologías y fomenten nuestros derechos en Internet. Desde hace varios años se especializa en el tema, brinda charlas y talleres en escuelas y otras instituciones. El objetivo es que tomemos conciencia y pensemos, no sólo  cómo afrontar con políticas concretas las consecuencias del cambio tecnológico en la era digital, sino, también, de qué manera generamos vínculos más saludables y contrarrestamos esas consecuencias.

La era digital no solo expresa malestar, sino también una invitación a hacerse preguntas. Desde la masificación de los celulares inteligentes y las plataformas digitales, existe una disputa por nuestro tiempo, nuestra capacidad de atención y nuestras expectativas. Grandes corporaciones globales desarrollan estrategias para aumentar nuestro tiempo de permanencia en cada una de ellas: a partir del extractivismo de datos alimentan algoritmos de recomendaciones que buscan la eficacia por sobre cualquier otra cosa. Vale un ejemplo: retenernos frente a la pantalla puede incluir la oferta constante de contenido sobre cómo autolesionarse si el algoritmo detecta que tenemos alguna tendencia en tal sentido. Así de crudo.

Este modelo de negocio nos atropella también a las personas adultas, pero vulnera especial y particularmente los derechos de niños, niñas y adolescentes. Con este diagnóstico, ¿qué futuro le proponemos a las infancias y a las juventudes? ¿cómo alteramos las relaciones de poder que expresa la era digital?, ¿qué resistencias podemos construir?

La humanidad, en monopolio de la capacidad crítica y reflexiva, debe combatir la creación de narrativas donde el consumo empuje a la adolescentización de las infancias, las adolescencias sean tentadas con la mercantilización de cualquier experiencia y vivan expuestas a una cultura de la influencia que promueve el auto segregacionismo, el desprecio por lo colectivo e invita a tener como fin supremo ganar plata fácil y rápido. La promesa de que a partir de las plataformas “todo depende de uno” o “si querés, podés” no es tecno optimista, sino reduccionista en sentido distractivo. Motiva al individuo sin contexto social, con una vida totalmente mediada por pantallas.

Según Kids Online, un estudio presentado recientemente por Unicef y Unesco, en Argentina el promedio de edad en la que niños y niñas están recibiendo su primer celular es 9.6 años. Y el 58% de entre 9 y 11 años usa redes sociales todos los días. Las personas adultas naturalizamos que nuestros pibes y pibas transiten un territorio nuevo y utilicen herramientas que no aportan nada positivo para esa etapa del desarrollo, exponiéndose a riesgos y consecuencias diversas, desde el grooming hasta el consumo problemático de apuestas online.

Pero más allá de distintos emergentes, que se renuevan casi tan rápido como las aplicaciones de nuestros teléfonos, late una pulsión de fondo que es necesario asumir: ¿Cuándo cedimos el control? Si no somos nosotras, personas adultas, las que ponemos reglas y límites o proponemos usos creativos, ¿quién está tomando decisiones sobre qué ven, viven y experimentan pibes y pibas en Internet? ¿en beneficio de quién?

Asistimos a un experimento social en desarrollo, que comienza a mostrar sus efectos. Tras años de usos excesivos y accesos prematuros, comenzamos a acumular evidencia sobre los efectos que tienen las pantallas en el desarrollo de los más chicos, pero también en sus subjetividades y su forma de ser, percibir y estar en el mundo. También en su atención, generando una crisis de concentración profunda que se evidencia (más allá de cualquier estudio) en las experiencias áulicas de los y las docentes y en quienes asumen en territorio el cuidado y la crianza de los chicos y las chicas.

Nos toca pensar la era y sus complejidades, pero podemos hacerlo partiendo de la evidencia histórica de que la humanidad siempre fue técnica y cada uno de sus desarrollos expresó movimientos en la correlación de fuerzas y las disputas de poder. Todo se movió más rápido, global y transversalmente, que durante procesos como la creación de la imprenta, es cierto. No es la primera vez pero sí es bastante particular. La invitación es a problematizar nuestros vínculos con estas tecnologías, las digitales, y arribar a diagnósticos, pero sobre todo a aportar en la construcción colectiva de un futuro deseado, donde las tecnologías digitales estén al servicio de lo humano y de las mayorías, respetando los derechos de infancias y adolescencias. No se trata de problemas individuales sino de desafíos colectivos. Tenemos una buena oportunidad en el planteo de un dilema sobre el costo de oportunidad: ¿qué estamos dejando de hacer mientras estamos frente a las pantallas?, ¿qué están dejando de hacer los pibes y las pibas mientras están frente a las pantallas?, ¿qué experiencias no están teniendo?

Las tensiones de poder y la creación de sentidos están en permanente disputa, también en territorios digitales.

Buenos Aires, mayo de 2025

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