En 2024, Leila Guerriero publicó por el sello Anagrama La llamada. Un retrato, donde cuenta la historia de Silvia Labayru, una ex militante montonera secuestrada en la ESMA. El testimonio de Labayru se transformó muy pronto en un bestseller, en Argentina y España se agotaron las ediciones. El libro provocó numerosos debates y comentarios. En dos ocasiones, Labayru menciona a María Cristina Lennie, su cuñada, la hermana del padre de su hija. Cris también era militante montonera; cuando la secuestraron en mayo de 1977, llegó sin vida a la ESMA . Hoy, los debates que provocó el libro parecieran haber menguado, pasan junto a la novedad editorial. El compañero Lennie, retoma las alusiones en el libro acerca de su tía Cris, y responde en El Viento Común.
La escena era familiar. El cumpleaños de una compañera de Abuelas donde nos encontramos cada año un grupo de personas que en el festejo actualizamos cómo anda cada cual. Al entrar sentí algo diferente. El extraño mundo de la percepción.
Al rato se acercó una amiga y me consultó si los Lennie tenían algo que ver conmigo. Los Lennie, del libro La Llamada. Ah, sí, sí, claro, son mi familia. Ahí entendí. Justo estaba en un grupo humano donde la mayoría había estado leyendo la parte más dramática de mi historia familiar, aparte de infidelidades y otras intimidades que se habían impreso recientemente.
Volví a vivir lo mismo en varias situaciones. Cada tanto alguien se me acerca ¿Los Lennie tienen algo que ver con vos?
El libro demanda una indulgencia que no contempla con nadie. Los Lennie, Montoneros, las organizaciones de derechos humanos.
Pienso en la cantidad de veces que escuché putearse unos a otros.
Flavia, montonera, estuvo chupada, salió y volvió en la contraofensiva. Me comentaba que los organismos la trataban para el orto por ser montonera. Una vez un compañero le preguntó si no le parecía mal que la organización siguiera operando sabiendo que después los milicos se cargaban a varios que tuvieran presos como respuesta. “Cuando estás adentro, cada operación de la que te enterás te da aire para seguir viviendo”. Montoneros, patria o muerte.
Tito, albañil, montonero también, bien de base, de fábrica y barrio. Puteando porque la organización los dejó sin fierros en el momento más jodido del golpe. Quedó a la intemperie más absoluta, sin estructura, sin enlaces, sin recursos. Le salvó la vida la solidaridad popular, casas de gente humilde que brindaban techo y un plato de comida porque sabían que la Jotapé siempre había estado cuando podían.
Carmen, con la mochila cargada de una familia diezmada, en una ronda en la Plaza de Mayo no daba más de cansancio y apoyó su pancarta, con las fotos de sus 3 hijos desaparecidos en el suelo. Hebe le empezó a gritar que los peronistas como ella querían parar la lucha y enterrar a los muertos.
Miguel, de APDH, me cuenta que todos los organismos se puteaban entre sí, unos a otros. Y que todos despotricaban contra las organizaciones armadas, porque a la vuelta de la democracia la estrategia era no hacer hincapié en la lucha previa y los que habían puesto el cuerpo directamente no iban a dejarlo de lado.
Cuando mi familia fue a dar testimonio a la CoNaDeP los entrevistó Fernandez Meijide. Anotó todo lo que iban comentando hasta que mi abuela dijo que Cristina, mi tía desaparecida, era montonera. “No, eso no lo ponemos”. Los desaparecieron físicamente y ahora los vuelven a desaparecer borrándoles la identidad.
Y así. Puedo comentar decenas, cientos de relatos y escenas. Roturas. Y sí, terrorismo de Estado mediante, heridas es lo que lograron. Marcas colectivas y personales. Más allá de los errores de nuestro lado, de lo que quieras, la base del quilombo es el terrorismo de Estado y sus consecuencias.
Un libro que demanda una indulgencia que no contempla con nadie.
María Cristina Lennie. Cris. La gringa. La rubia. Lucía. Figura un par de veces en el libro. Anécdotas para mostrar, básicamente, que María Cristina Lennie, montonera, era una asesina.
Cuenta situaciones como el casamiento de Silvina, la protagonista, con mi tío Alberto. Alguna navidad familiar también. Silvina venía de una familia militar, el casamiento estaba repleto de milicos, marinos, aviadores militares. Cris está con su pareja, el negro Fassano. El libro los deshumaniza, cuenta al paso situaciones que ellos no festejan, no viven, no disfrutan ni aman, Cris y el negro Fassano se pasan los relatos haciendo inteligencia para llevarse puesto a alguno.
En otro momento cuenta que Cris una vuelta le sacó un auto de su familia para salir a operar. Para robar, asesinar. Así dice.
Anécdotas inchequeables, en principio una percepción relativa de la protagonista. Supongamos igualmente que son reales. Ronda el año 1975 o 1976. Hace falta, como mínimo, la precuela, el contexto que el libro no brinda.
Cris comienza a militar en el Centro de Estudiantes de la universidad. En Filo. Todavía no es montonera, claro. Como buena hija de clase media porteña, ni siquiera es peronista. Todavía no tiene posiciones muy definidas, aunque está más cerca de la izquierda, de los debates que se van dando alrededor de las múltiples rupturas del PC, junto al ingreso de ideas de Mao, Gramsci, el Che.
La universidad se encuentra bajo fuego. Onganía interviene en todos los niveles en términos institucionales y con un proceso de represión creciente, con la Noche de los Bastones Largos como referencia histórica. El Centro de Estudiantes funciona de forma semiclandestina. Las asambleas, publicaciones y elecciones no pueden ser públicas y abiertas. En 1969, en el marco de la “Operación Bolsa”, salen a cazar a todos los activistas que tienen identificados. Entre ellos a Cris. También a otros, desde comunistas revolucionarios, como el Negro Natucci, hasta peronistas más bien ortodoxos como Pajarito Grabois.
A Cris la lleva a Coordinación Federal y la tienen chupada varios días. Tiene 22 años. Pasa por todos los vejámenes que después van a ser rutina en la dictadura del 76. Todos. Después la llevan a la cárcel de mujeres que estaba en San Telmo, en la esquina de Humberto Primo y Defensa. Una carta que escribe desde la cárcel nos dice qué ingenuos son los milicos si creen que con esto van a parar la lucha.
Después de 9 meses recupera la libertad. No así su pareja, que se come varios años. Todo eso, por participar de un centro de estudiantes. Al salir se va acercando a posiciones más peronistas. Lo hace con la cruz en la mano, a través del Padre Mugica y el trabajo territorial en la Villa 31 de Retiro. Se incorpora al trabajo de la capilla Cristo Obrero, de los espacios de charla política que el Padre genera. Cristianismo y revolución, las primeras discusiones sobre la lucha armada, el Padre Mugica que dice que está dispuesto a morir pero no a matar por el pueblo. A los pocos años lo matan, trágicamente, como a la mayoría de los que participan de Cristianismo y revolución y del trabajo en la capilla Cristo Obrero.
La incorporación de Cris a Montoneros se da de manera natural. Del trabajo territorial pasa al gremial. Organiza APUBA en la Facultad de Medicina donde trabaja como no docente hasta 1974 cuando renuncia. Como consecuencia de la persecución de la triple A y la matanza de miles de militantes de la tendencia revolucionaria del peronismo, Montoneros pisa el palito y pasa a la clandestinidad. Error histórico. Hasta este momento, no tengo ninguna referencia relevante de acciones armadas de Cris. Lo primero que aparece es la vez que llegó deshecha a una casa familiar porque la habían agarrado en un retén, salió disparando y vio caer un milico. Deshecha. Ejercer la violencia, me han dicho varios combatientes, es un acto terrible, doloroso, destructivo de la subjetividad humanitaria de un revolucionario.
Desde 1955 con los bombardeos a Plaza de Mayo, los fusilamiento de José León Suarez y la represión generalizada, hay un espiral violento en la argentina. Si bien Perón elige el tiempo en vez de la sangre cuando se va al exilio, las bases peronistas que quedan en el país resisten a la fusiladora como pueden, entre otras cosas metiendo caños, saboteando instalaciones. Desde el Estado se planifica, sistematiza y escala la represión. Cada nuevo golpe profundiza el proceso. El fusilamiento de Trelew, el 22 de agosto de 1972, implica un nuevo clivaje, antecedente directo del terrorismo de Estado. Finalmente, después de demasiados años de violencia desde arriba, surgen las organizaciones armadas, que entienden que en este cuadro de situación solo la respuesta violenta puede parar la represión y servir como camino para la definitiva liberación. En el caso de Montoneros, dejan las armas apostando al proceso electoral que se abre con el Luche y Vuelve de 1973. Dura poco la primavera democrática.
Después sí. Cris hasta las manos. Combatiente montonera al palo. Dicen que manejaba particularmente bien las ametralladoras pesadas. Como la vez que se enteró que en una Comisaría de Moreno estaban armando un Centro Clandestino, que ya estaban chupando compañeros y metiéndoles picana. Con su célula armaron una F100 con la ametralladora emplazada en la parte de atrás, la pusieron de cola enfrente de la comisaría y le vaciaron todo el parque que tenían. Resistir y vencer, pensaría Cris con cada ráfaga.
Tengo varias así, que a primera vista contrastan tanto con la Cris previa. La que tocaba guitarra y cantaba zambas, la que era maestra jardinera, la de la risa eterna, la lírica, cómo le decía mi abuela. Y, sin embargo, hay una continuidad clara. Nunca pensé que hubiera locura, ni decisiones extravagantes. Hay un proceso en el cual personal y social, colectivamente, Cris recibe violencia y prepara una respuesta. En términos militares, sí, pero sobre todo políticos. Cris y la militancia de aquella época, más allá de limitaciones o errores, pensaban todo el tiempo estratégicamente. A pesar de lo que le iba pasando en términos individuales, no creo que en ningún momento la guiara el rencor o pasión vengativa.
Una tarde, ya en 1977, tiene una cita militante en el bar Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. Está completamente caracterizada, pelo negro azabache, vestida como una señora coqueta. Al compañero con el que se junta le cuesta reconocerla. En medio de la reunión ella le dice que se pare y salga, dejan plata en la mesa y parten. En la puerta le dice que atrás de él se acaba de sentar la patota, que los conocía de la cárcel de mujeres. El compañero le propone volver y boletearlos a todos. Cris lo frena. El otro encara. Cris, como tenía mayor jerarquía orgánica, le ordena que pare sin dar margen, con una dureza que al compañero lo congela. Siempre pensé las ganas de entrar a los tiros que tendría Cris y cómo la conciencia la frenó.
Me encantaría tener a Cris acá. Me encantaría que Argentina no haya sido tan violenta. Me encantaría que nuestros sectores dominantes no fuesen tan salvajes.
Dentro de la ESMA nació mi prima, Vera. A Vera se la dieron a mis abuelos para su crianza. Algunas veces mis abuelos se la dieron de vuelta a Silvina, que usualmente iba con Astiz o el Gato, de la patota de la ESMA. Me imagino a mis abuelos. Astiz, el Gato. Vera. Tenerla, devolverla.
Cris llega a la ESMA muerta. Llegó a tomar la pastilla de cianuro y cuando Astiz logró tacklearla era tarde. Por alguna razón que desconozco, su caso sirvió penalmente para demostrar que la toma de la pastilla de cianuro no era un suicidio y que su conducta fue generada “por una situación que en forma dolosa crea el autor mediato, que deviene penalmente responsable”.
Silvina, la protagonista del libro, cuenta que en la ESMA habló con los marinos y le permitieron que el cuerpo fuera devuelto a la familia. La tiraban en una obra en construcción y creaban un escenario de algún tipo de conflicto que no los tocaba. Silvina habló con su padre y él le dijo que no les devolviera el cuerpo a los Lennie. Porque mis abuelos cuidaban de Vera y si se desequilibraban… ¿Quién la iba a cuidar? Literal, eso dice.
La llamada. La (no) llamada.
El libro acá rompe toda norma ética o humana siquiera: “¿La familia lo sabe? No, se deben estar enterando en este momento”.
Nunca tuvimos el cuerpo de Cris. Siempre supimos que estaba muerta, pero el cuerpo es el cuerpo. Eso es lo perverso de la desaparición.
En los primeros años de la década del 80, un familiar que era abogado de los milicos llegó con supuesta información sobre desaparecidos que habían sido internados en psiquiátricos, que había una mujer parecida a Cris en el Borda. Mis abuelos sabían que ella estaba muerta y, sin embargo, fueron para allá. Porque sí. Porque cómo no hacerlo.
En Filo, la Cátedra Libre de Derechos Humanos hizo un mural con los nombres de los desaparecidos que pasaron por ahí. Hicieron un evento en el que se inauguró el mural y después nos dieron los legajos a los familiares. Cuando nombraron a María Cristina Lennie pasé, recibí el legajo y bajé del escenario que habían montado. Se acercó un señor que me preguntó:
–¿Vos sos familiar de Cris?
–Sí.– Le dije.
– Estaba más buena que el dulce de leche– me dijo y se alejó caminando, sin mayor elocuencia. Me reí para adentro. Cómo me hacés reir, Cris, le dije, siguiendo este vínculo de complicidad donde siempre nos cuidamos mutuamente.
María Cristina Lennie, Presente.
Ahora y siempre.
Buenos Aires, agosto de 2025