Pensar el ambiente desde una perspectiva popular implica poner en consideración las consecuencias de la dependencia y del desarrollo que necesitamos para la justicia social. Necesitamos pensar un horizonte que al mismo tiempo transforme la matriz de consumo y depredación del ambiente, y transforme la sociedad disminuyendo la pobreza a partir del desarrollo productivo sustentable. La tarea es muy compleja y supone un debate meditado.
La crisis ambiental y social que atraviesa el mundo es parte de una dinámica estructural del capitalismo. Este modelo concentra riqueza, excluye y depreda el ambiente. Genera una relación de dependencia que mantiene a los países periféricos atrapados en un ciclo insostenible de pobreza y degradación ambiental. El 10% más rico de la población mundial es responsable del 48% de las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que el 50% más pobre contribuye apenas con el 12%. Los patrones de consumo de los sectores más acomodados en los países centrales son los principales impulsores de la contaminación, generando una “deuda ambiental” hacia los países periféricos: los países del Sur son, en rigor, acreedores ambientales de los del Norte.
Los países periféricos se ven obligados a exportar recursos naturales para sostener las demandas de los países más ricos, a costa de sus propios ecosistemas y poblaciones. La relación entre deuda externa y deuda ecológica profundiza esta dependencia. Para pagar sus obligaciones financieras, países como Argentina recurren a la expansión de la frontera extractiva: explotación de gas, petróleo, minería y soja. Esto incrementa la destrucción de ecosistemas y empobrece a las comunidades locales, mientras sostiene el consumo de los países centrales. Pagar la deuda externa con los bienes comunes nacionales se ha demostrado como una “aberración”, con efectos de boomerang que destruyen las condiciones de vida y aceleran el colapso ambiental.
El extractivismo no es un accidente, sino una política de Estado naturalizada socialmente. El caso de Vaca Muerta nos ilusiona con su potencial exportador y la tentación neodesarrollista, un “punto ciego” respecto a los límites planetarios, perpetuando la dependencia de los recursos fósiles y comprometiendo los compromisos climáticos internacionales. Alcanzar los niveles de consumo de los países ricos enfrenta límites concretos: el aire, el agua y muchos ecosistemas son irremplazables. La economía tradicional no incorpora estos límites naturales, pero la realidad los impone: el modelo actual depende de los recursos que el sistema económico global sobreexplota. La falta de comprensión de estos límites por parte de la clase política argentina, obsesionada con el crecimiento económico inmediato, perpetúa el modelo de dependencia y el extractivismo como única vía de generación de riqueza y empleo. No se trata de purismos. De negarse a utilizar recursos naturales o a proponer procesos de industrialización. Se trata de poner en tela de juicio la dependencia y el impacto social para pensar esa necesaria perspectiva de desarrollo soberana.
Los impactos negativos de la explotación de recursos y la contaminación no se distribuyen de manera equitativa. Quienes viven en situación de pobreza son los más afectados por los efectos destructivos de la minería, la extracción de petróleo, la deforestación y otros modelos productivos insostenibles. La desigualdad social se traduce directamente en desigualdad ambiental. Los países periféricos han sido históricamente expoliados de sus recursos naturales, convirtiéndose en exportadores de naturaleza para sostener el consumo de los países centrales. Este saqueo genera una “deuda ecológica”: los territorios y las poblaciones del Sur somos los acreedores ambientales de los países ricos y de las grandes corporaciones que contaminan el planeta. La deuda externa agrava la situación, porque para pagarla se amplía la extracción de recursos, profundizando la dependencia y la destrucción ambiental.
No es viable ni deseable que los sectores pobres consuman al mismo nivel que los ricos. Repetir los patrones de los países desarrollados llevaría a una degradación ambiental que pondría en riesgo la vida en el planeta. El “derecho al desarrollo” debe interpretarse de manera transformadora: no se trata de replicar un modelo insostenible, sino de generar alternativas que garanticen bienestar sin destruir el ambiente. Romper la dependencia y reducir las desigualdades requiere una transformación integral que combine justicia social, soberanía ambiental y planificación económica. Esto implica un Estado fuerte y redistributivo, que reduzca desigualdades sociales mediante una reforma fiscal progresiva, ingreso universal y un sistema de cuidados que garantice la reproducción social. Implica también políticas de consumo responsable, disminución del consumo de los sectores más ricos y aumento del acceso de los sectores populares sin replicar patrones destructivos. También, una política tributaria progresiva con impuestos sobre la riqueza, el consumo y las herencias para financiar estas medidas. Además, se puede pensar una auditoría de deuda externa y un tribunal internacional que discuta la “acreencia ecológica”, cuestionando el pago de deuda con bienes comunes, y la construcción de coaliciones internacionales para visibilizar la injusticia ambiental y económica de la dependencia.
La salida a esta crisis no es individual ni se resuelve con la inercia de la política actual: requiere organización colectiva, Estado activo y decisiones que prioricen la vida sobre las ganancias. Los sectores populares y el peronismo tienen un papel central: defender los bienes comunes, exigir justicia social y ambiental, y construir un modelo de desarrollo que garantice bienestar, empleo digno y sostenibilidad para todos. No hay futuro posible mientras la riqueza y el poder sigan concentrados en unos pocos y la naturaleza siga siendo saqueada. La hora de actuar es ahora, con políticas redistributivas, soberanía económica y ambiental, y la certeza de que otro modelo es posible, basado en la igualdad, la solidaridad y la defensa de la vida.
Buenos Aires, agosto de 2025