El 26 de marzo último en el Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires fue presentado Palabras clave para una pedagogía de la memoria, un vocabulario crítico que compila 50 términos sobre la última dictadura militar destinado a docentes de la provincia y elaborado por la Coordinación de Políticas Educativas de Memoria y Derechos Humanos. Ana M. Barletta, vicepresidenta de la Comisión Provincial por la Memoria, fundadora del Colectivo de Historia Reciente y parte del grupo promotor de la maestría en Historia y Memoria de la Universidad Nacional de la Plata –donde fue decana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, entre 2004 y 2010–, participó en aquella jornada como integrante del panel de presentación. Hoy, comparte con El Viento Común algunas aproximaciones para leer el libro.
Me parece que este es el punto central que no debería dejar de obsesionarnos y, tal vez, en esta búsqueda, ser cautos con las frases hechas. No porque no evoquen verdades, sino porque también nos pueden cerrar la incesante pregunta que tendría que ser la memoria, en tanto la memoria es lo que nos ayuda a reconocer aquello sobre lo que sostenemos nuestro presente. (Héctor Schmucler, 2006)
Luego de más de 20 años de intensas políticas oficiales de memoria en las escuelas argentinas y 40 años de democracia ininterrumpida, volvemos a estar fuertemente interpeladxs por la difusión de potentes discursos oficiales que las ponen decididamente en cuestión, para hostigar a la escuela pública, a sus docentes, a los organismos de DDHH, a la militancia social. En este contexto, un equipo de investigadores de nuestras universidades públicas coordinadxs por Celeste Adamoli, desde la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, aceptó el desafío de reconstruir caminos que eviten detenernos en “frases hechas”, para enfrentar la “batalla cultural” con la que nos atiza el gobierno de ultraderecha de Javier Milei. Así, produjeron un reciente libro, Palabras clave para una pedagogía de la memoria, destinado a docentes secundarios y a estudiantes de formación docente de la provincia, como un nuevo llamamiento a pensar la experiencia de la última dictadura militar, colocando al lenguaje en el centro de la apuesta.
Un original reto para restablecer el valor de las palabras en la escuela, el compromiso democrático que implica su circulación en ese espacio, que nos une a los legados de nuestros antepasados, Sí, pero claramente para escuchar a las nuevas generaciones en las aulas, sus preocupaciones actuales, sus intereses, sus opiniones y preguntas. Desde esta perspectiva, la toma de la palabra constituye una provocación para anudar un conjunto de diálogos intra e intergeneracionales y, a la vez, con la producción de saberes, con un enérgico énfasis en la profundización del conocimiento, en la argumentación, en la historización de las palabras elegidas y, fundamentalmente, como experiencia colectiva de confianza en el aula. En la actual encrucijada, esta reciente obra actúa como contracara de la simplificación y recrudecimiento de discursos de odio y de bravatas negacionistas que transcurren desde hace unos años en las redes.
Una Introducción; 50 palabras clave (de un listado provisorio “¿Quién podría arrogarse la última palabra?”); Propuestas para el Aula y un Índice de Nombres, Temas y Lugares desde los que se invita a conversar, a investigar, a plantear frescas preguntas sobre viejos y nuevos temas (sin agotarlos), a reflexionar sobre la democracia y a trazar pistas hacia futuros posibles. Vocabulario crítico no neutral, libro de referencia escolar para leer en el aula, no necesariamente “de corrido”, para elegir alguna palabra o saltar de una a la otra, siguiendo aquellas resaltadas en negritas e ir tejiendo tramas de significados y discusiones y, así, armar puntos de partida y búsquedas heurísticas para seguir investigando.
¿Cuáles son esas palabras clave (que llevan la marca cortazariana de no ser como “piedras opacas”, “monedas gastadas” o “zapatos usados”) para transmitir el acontecimiento más traumático de nuestra historia? La lista comienza con “24 de marzo de 1976” y sigue con “30.000”. Y luego, el orden alfabético… “Apropiación de bebés”… “Censura”, “Circuito Camps”… “Desaparecidos”, “Deuda externa”… “Formación Moral y Cívica”… “Genocidios”, “Guerra de Malvinas”, “H.I.J.O.S”… “Industria Nacional”, “Juicio a las Juntas”… “Libertad”, “Memoria Completa”, “Memorias”… “Organizaciones político-militares”, “Pañuelazo”… “Plata Dulce”… “Represión en el ámbito educativo”… “Revolución”… “Subversivos”… “Trabajadores”… Y termina con la invitación a proponer “La Palabra 51”, a pensar otras palabras, a elegirlas y definirlas, para aumentar las 50: otros conceptos, otros acontecimientos, otros lugares; la búsqueda de lo local antes, durante y después de la dictadura.

Se buscó diferenciar lo que viene de más lejos con lo que, efectivamente, comenzó en 1976, ese corte institucional y jurídico que produjo lxs desaparecidxs, “el crimen absoluto”… “la negación del derecho a la identidad del otro”, y que dio comienzo a la violencia estatal sistemática; hacer lugar a la historicidad del término, a las discusiones que lo rodean, a lo que dicen y hacen las palabras, la mejor palabra, ¿De dónde sale? Acontecimientos, nombres, conceptos que exigen actos como “Nunca Más”: recordar, no olvidar, impedir, no repetir. Y, entonces, el reencuentro con un viejo libro inspirador de los años 70-80. Y éste es Palabras Clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad del historiador galés y crítico de la cultura Raymond Williams, consagrado a la misma preocupación por la historicidad de las palabras y sus cambiantes significados, por su incidencia en las prácticas y las instituciones; significados que, afirmaba, no debían operar “como una tradición que hay que aprender, ni como un consenso que hay que aceptar”… sino como “un vocabulario para usar, para encontrar nuestro camino en él, para cambiarlo en la medida en que lo consideremos necesario, mientras seguimos haciendo nuestro lenguaje y nuestra historia”, sobre un hecho crucial que nos enciende.
Como solía decirnos Javier Trímboli: “Nuestro trabajo en el Estado, la comprensión del mismo, tiene que evitar a toda costa cristalizarse en la reiterada conversación entre los que pensamos siempre lo mismo y estamos de acuerdo.” Javier es un gran inspirador de este equipo editor, un docente lúcido, historiador, polemista excepcional, preocupado por la trasmisión y la historización de la vida social. Extrañamos mucho su conversación. Es hora de animarnos, en las aulas, a imitar su audacia aprovechando este libro como herramienta para revitalizar la disputa pública de la Historia.
Buenos Aires, mayo de 2025