El peronismo asiste a una encrucijada fatal. La experiencia del gobierno fallido de Alberto Fernández lo dejó sumido en una derrota de la que no está claro cómo salir. Tras la noticia de la proscripción, la sucesión de Cristina no deja de estar en el centro de todas las miradas. Fernández Mouján ensaya algunas consideraciones al respecto, ante el espejo de las sucesiones en el antiperonismo. Coincidamos o no con su diagnóstico, a partir de lo que propone está claro que Axel camina sobre un límite repleto de obstáculos y contradicciones. O se adelanta demasiado a los tiempos, o tendrá poco tiempo; o se aparta de las posiciones melancólicas y las pasiones tristes, o se aleja por demás del propio legado kirchnerista; o conduce a la oposición, o gobierna la principal provincia del país, el tablero es complicadísimo. La impresión es que sólo con pesimismo de la inteligencia –que Fernández Mouján pone en práctica–, y con optimismo de la voluntad militante podremos salir del pantano neofascista.
Las sucesiones políticas podrían ser un subcampo de estudio en la ciencia política. Se conocen miles de fracasos y poquísimos aciertos. La pregunta por la sucesión es la pregunta por el poder, por la duración de los ciclos políticos, por la flexibilidad de las identidades. Luego de más de veinte años de un ciclo político que se abrió en la posconvertibilidad, esta pregunta viene formulándose, por lo menos, desde 2019. Ya pasaron seis años. La serie gringa Succession la entendimos en la primera escena.
La aparición de Milei puede trastocar en gran medida esta conversación. Quizá no haya que pensar en sucesiones, sino que se abre un nuevo ciclo con renovados protagonistas. Pero quizá también, lo que produjo Milei es la resolución de una sucesión, la del PRO, la del antikirchnerismo, la del antiperonismo. Es pronto para concluir esta disyuntiva, depende del desempeño del gobierno y también de la oposición. Si la oposición al gobierno sigue siendo la identidad kirchnerista, como marcan las encuestas, ¿podemos hablar de nuevo ciclo político? En el éxito o fracaso de las sucesiones, en su flexibilidad y actualización hay parte de la respuesta.
Espejo pelado
Mucho se habla de la comparación entre Larreta y Kicillof en cuanto a la forma de suceder. Es el intento de pasaje de mando más claro y reciente de la política nacional. Poner a Kicillof frente a ese espejo permite reflejar algunas dimensiones de los debates actuales del peronismo. Quienes exponen el modelo Larreta piensan que se apuró en distanciarse. Esto va más allá de la ansiedad. Apurar los tiempos abre las puertas al fuego interno prolongado y a que el dueño de la fortuna (la dueña, en este caso) prepare otro sucesor. Así fue como Macri hizo con Patricia Bullrich. El planteo es legítimo y el fantasma existe, sin embargo, hay algunas diferencias sustanciales entre ambas experiencias políticas.
La primera diferencia es la más evidente, y marcada a fuego: el gobierno del Frente de Todos. La elección a dedo del candidato y el doble comando anidaron el peor experimento político llevado adelante por el peronismo. Avances y retrocesos en decisiones, una gestión obturada por el loteo de cargos a tribus con diferentes estrategias, la crítica interna, un gobierno sin oficialismo y un presidente inoperante, construyeron un Frankenstein invertebrado.
Una segunda diferencia es que el peronismo, a diferencia del PRO, es un movimiento político. No sólo debe definir una oferta para un electorado, es un espacio con múltiples estructuras preexistentes que deben articularse. El PRO fue una construcción sui generis compuesta por cuadros políticos y técnicos en articulación con fuerzas menores e importantes segmentos del poder económico. El peronismo es un entramado social compuesto por numerosas fuerzas que no sólo deben ser convencidas del rumbo elegido, sino que deben sentirse contenidas dentro de la fuerza. Sindicatos, movimientos sociales, gobernadores e intendentes no pueden sentirse ajenos a su fuerza política. Desde esta dimensión, Larreta podría haber definido su proyecto personal más cerca de la coyuntura electoral; Kicillof, si no quiere ser elegido a dedo, si no quiere un doble comando, debe amasar su fuerza política.
La tercera diferencia hace al perfil de los dirigentes. ¿Cómo calibrar la continuidad y la diferencia en la sucesión? Esquemáticamente, la sucesión de Larreta respecto de Macri se sostuvo en dos diferencias claves: las cualidades personales y la propuesta política. A nivel personal, Larreta era un político técnico experto en gestión estatal mientras que Macri era un empresario millonario del jet set. A nivel político, no era un grietero pura cepa, sino un liberal abierto al diálogo. Esto le hubiera permitido marcar diferencias sin tanto tiempo. Sin embargo, el principal problema fue que el electorado propio quería justamente lo contrario, alguien que gritara contra el kirchnerismo. Por eso Bullrich le ganó la interna.
Esta calibración es el principal desafío para el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, más aún a partir de la proscripción política de Cristina Kirchner. Quizá advertido por la experiencia de Larreta y en clara tensión con la líder del kirchnerismo, el pretendiente a la sucesión busca seguir siendo el heredero natural del espacio y para esto no se corre un ápice, no realiza ninguna autocrítica explícita, de los doce años de gobierno kirchnerista.
Succession
A diferencia de la serie, donde los tres hijos del magnate mediático se disputan por igual la conducción del emporio, en el caso del kirchnerismo la situación es paradojal. Se sabe, desde hace ya varios años, que Axel Kicillof es el único dirigente kirchnerista que retiene casi la totalidad de los votos de Cristina. Sin embargo, su desprendimiento de los últimos tiempos permite suponer que la ex presidenta buscará construir una sucesión más leal. No es casual que luego de la proscripción Máximo Kirchner haya decidido salir al ruedo mediático. El problema que tienen ambos sectores es quién tira la primera piedra. Cual meme del hombre araña, el que aparezca como responsable de la ruptura o de correrse de la tradición kirchnerista es susceptible de cargar con el estigma de dividir a la única fuerza opositora al gobierno de Milei.
En este callejón se encuentra la principal identidad opositora. Llamando a mesas de unidad distintas, buscando anticipar las jugadas del enemigo íntimo, juntando tropa, saliendo a los medios en días sucesivos, sacando alfiles a criticar la jugada del otro, sin elaborar ninguna propuesta para el electorado, sin mostrar una novedad. Dentro de este pichuleo, no obstante, hay algunas novedades. La proscripción puso a Cristina en un nuevo lugar. Es plausible suponer (y algunas encuestas ya lo muestran) que su imagen pública mejorará y que su voz en el teléfono adquirirá mayor notoriedad. En su Plaza de Mayo pasada ensayó un mensaje de esperanza: “este gobierno se va a caer, su plan económico es insostenible”. Del otro lado, en su entrevista de C5N, el gobernador también incorporó algunas novedades y una constante. Por un lado, dejó de hablar de unidad y llamó a una mesa de coordinación con la propuesta de elegir a los candidatos que mejor midan. Una jugada pensando en 2027. Y por el otro, también señaló que este plan no se sostiene y “habrá que construir una alternativa”.
Las postas
La pelea sucesoria tiene sus etapas y depende de lecturas correctas de la coyuntura. En el caso de Larreta no queda claro si se salteó etapas, pero lo que sí parece evidente es que leyó mal la época. En un tiempo de virulencia eligió la concordia. En el caso de Kicillof parece claro el plan, aunque incierto su resultado. Decidió ser profundamente kirchnerista. Llamémoslo un kirchnerismo espiritual, pero sin subsumirse a los designios de la sacerdotisa. El kirchnerismo está en la gente diría Lutero.
¿El kirchnerismo está en la gente? ¿Está en la sociedad actual? Parece difícil pensar que ser la oposición al gobierno de Milei, a secas, alcance como propuesta de futuro. Si el antagonismo es pauperización social contra inflación, la avenida del medio se ensancha. Si el antagonismo es un loco delirante contra una guerra fratricida, la avenida se ensancha más. Si discutimos el mal menor cuando la sociedad cambia día a día la moneda está en el aire, y con incertidumbre no se construye esperanza. Todavía falta mucho, pero parece evidente que la inercia no tiene buen destino. Si fuera esto una carrera de postas parece que recién estamos en la primera, ganar el kirchnerismo. El problema es que si todos los esfuerzos se concentran en esta fase no habrá tiempo para ofrecer algo nuevo para una sociedad que ya no es la de la posconvertibilidad.
Buenos Aires, julio de 2025