El compañero Luzuriaga propone pensar estas elecciones de medio término en clave histórica. Si repasamos otras, esta es tan dramática e importante como las de 1987 en las que perdió Alfonsín, las de 1997, en las que perdió Menem y la de 2001, cuando perdió la Alianza, meses antes del estallido. En 2017, frente a una oposición dividida Cambiemos en el gobierno superó a las otras fuerzas con más del doble de los votos; y en 2019, después de “chocar la calesita”, también se fueron. En este caso, la situación es diferente, porque fuimos del gradualismo a la motosierra. Luzuriaga propone interpretar los próximos comicios en una clave histórica incluso más larga que el contraste con las anteriores elecciones legislativas durante la democracia. Sin dudas, sacar al topo que destruye al Estado es una urgencia que poco tiene que ver con “sacar a Alfonsín”, “sacar a Macri”, e incluso con “sacar a Menem”, en 1997, y “sacar a De la Rúa”, en 2001, aunque tanto se parecen el riojano televisivo y el panelista de televisión, o el gobierno de la Alianza de Bullrich y Stulzenegger con el actual. Aquí se propone otra perspectiva histórica que es la del corte generacional entre los que vivimos toda nuestra vida adulta en democracia y los jubilados y jubiladas a quienes hoy golpean en las calles los días miércoles, mientras luchan para poder sobrevivir con una jubilación digna.
Los comicios del 7 de septiembre y del 26 de octubre son singulares en clave histórica. Asistimos al peor drama político para los nacidos desde la década de 1960. Los mayores de 65 vivieron el terrorismo de Estado en primera persona como adultos responsables. Aquella fue una tragedia sin comparación, ni con el drama del año 2001 –cuando asesinaron en las calles a decenas personas, militantes del campo popular–, ni con el drama presente de indolencia, desarticulación social y política. Los mayores de 65 que vivieron la tragedia del terrorismo de Estado son reprimidos los días miércoles. Se trata de la última generación entre los desaparecidos. Entre Alfonsín de 1927 –nacido el mismo año que Rodolfo Walsh, un año antes que el Ché Guevara– y Menem (1930), De la Rúa (1937), Néstor (1950) y Cristina (1953) gobernaron las generaciones de los desaparecidos (1920-1950). Alberto Fernández y Macri, ambos de 1959, vivieron la última dictadura sobre el borde, entre sus diecisiete y veinticinco años. Nacido en 1970, Milei inaugura los mandatos presidenciales de las nuevas generaciones que no vivimos la experiencia del terrorismo de Estado; o que no la iniciaron siendo adultos. Somos el mismo pueblo, y somos otros. La posibilidad de desaparecer por razones políticas es una marca política generacional. Votar para frenar a Milei el 7 de septiembre es la oportunidad para demostrar que no somos un pueblo negacionista ni que reivindica el terrorismo de Estado. Votar es una oportunidad para resistir frente al destino al que pretenden llevarnos, ir a contramano de la sociedad una desigual, partida.
Pocas veces una campaña electoral de medio término fue más importante, necesaria y dramática. Hacía mucho tiempo que el campo popular no estaba tan desarticulado para resistir o acompañar políticas del Estado. La motosierra entró a la administración pública y también entró en la Sociedad. La derrota y las actitudes derrotistas impactan en la voluntad y la imaginación política. La sociedad está rota. Los gestos adustos en las reuniones políticas cambian sólo en los instantes de la arenga. La impotencia captura los cuerpos. Por eso, necesitamos ir hacia las fuentes de la juventud, torcer el gesto indolente de las pasiones tristes. No hay movimientos sociales organizados ni sindicatos en la calle, fajan jubilados los miércoles, reprimen a personas con discapacidad y la respuesta de la sociedad no llega, salvo excepciones como las marchas universitarias de 2024 y la movilización anti-fascista, a principios de 2025. El año electoral repliega la participación y el activismo hacia el voto, sin embargo, no se canaliza la chispa que enciende a la mística del pueblo en las calles, todo lo contrario: la rosca por la sobrevida del sistema político (la renovación de las distintas bancas) mella al optimismo militante de la voluntad. El voto otorga o quita legitimidad, no podemos regalarlo. Es un voto defensivo que necesita activismo y militancia más que nunca.
Juan Grabois citó la carta abierta de Walsh a la Junta Militar del 24 de marzo de 1977 para explicar la política actual de miseria planificada. Esa carta es una fuente inagotable de significación política. Sirve también para pensar en las urnas. Uno de los argumentos del escritor contra la Junta es que faltando poco para las elecciones, donde el pueblo podría haber resuelto su destino, intervinieron con el golpe. Democracia y dictadura es un umbral histórico al acecho, de eso se alimentan los negacionistas del terrorismo de Estado y el genocidio. Hasta no hace tanto tiempo en las juventudes votar estaba asociado a la experiencia histórica de no poder hacerlo. Esa distancia define a la argentina contemporánea. Para las generaciones que fueron protagonistas durante la experiencia del terrorismo de Estado (1920 y 1950) el hecho de votar o no hacerlo fue una posibilidad histórica concreta. Para los nacidos desde 1960 en adelante, que en 1976 eran muy jóvenes o niños, y los nacidos después de 1983, los acontecimientos más dramáticos que pusieron en crisis al Estado de Derecho fueron los levantamientos carapintada y los saqueos a fines de la década de 1980, las bombas a la embajada de Israel y la AMIA, y la muerte dudosa del hijo del presidente en la década de 1990; la caída de De la Rúa en diciembre de 2001, con su fondo de represión salvaje, saqueos, corralitos y asambleas y la sucesión de presidentes. Luego, durante veinte años, hasta el intento de asesinato de Cristina en 2022, el “pacto” democrático de posdictadura se desarrolló con relativo éxito. No hay que olvidar que Milei comenzó su carrera política como diputado nacional en las elecciones de medio término de 2021. La política institucional, estatal, reglamentada por la Constitución y avalada como mecanismo para dirimir los conflictos sociales y el desenvolvimiento de la sociedad argentina en base a los principios de la democracia y la república hoy está en peligro. El sueño tibio de la nueva derecha democrática del PRO se transformó en la pesadilla absurda de la tiranía libertaria.
Los que hoy están en edad jubilatoria son los más jóvenes entre los desaparecidos. Aunque hay numerosos desaparecidos que eran niños y niñas nacidas después de 1960, entre los cuales cuentan los nietos que faltan, sin embargo, desde el punto de vista de las generaciones el corte a partir de los que tenían 16 años en 1976 constituye una bisagra de las subjetividades políticas. Como individuos emancipados de sus familias, con plenos derechos y responsabilidades los últimos que vivieron en primera persona la experiencia de los desaparecidos son los que hoy tienen sesenta y siete años y nacieron en 1958, quienes tenían diez y ocho años en 1976. Walsh nació en 1927, el escritor tenía 50 años al momento de su desaparición. Los nacidos antes de 1926 durante la última dictadura militar tenían sesenta años o más, en términos generales no pertenecen a las generaciones de los desaparecidos que se concentran, sobre todo, entre los nacidos en las décadas de 1930, 1940 y 1950.
El 7 de septiembre, el pueblo vota. Es el mismo pueblo y, no obstante, es otro. Asumir nuevos objetivos históricos como generaciones que compartimos un destino común, hacerse cargo del mundo contemporáneo donde los jubilados viven sus últimas batallas, cuerpo a cuerpo, contra el capitalismo salvaje, en sillas de ruedas, bastón, Cristina encerrada y con una tobillera, hacerse cargo implica adoptar una posición constituyente de lo nuevo y no una orientación constituída de lo que sucedió en el pasado, más o menos inmediato. Sin lugar a dudas es una tarea política y del pensamiento que necesita conectar con el pasado para componer nuevas canciones. Los que alguna vez fuimos nuevos a partir de 1960, vivimos hoy una de nuestras etapas más oscuras. Rompen las costuras de la comunidad imaginada donde circula el viento común de la imaginación pública y política. Destruyen esfuerzos sobre humanos para recomponer la posibilidad misma de pronunciar con orgullo la palabra patria, “Ay, patria mía” habría dicho Belgrano, y de asistir conmovidos cuando nuestros hijos e hijas juran la bandera en la escuela primaria; después del genocidio y del terrorismo de Estado. Impulsan la disolución del Estado social y de consensos elementales de la sociabilidad. Son brutos que insultan. Reprimen, hambrean, destruyen salarios, silencian y persiguen periodistas, desprecian la cultura, le quitan prestaciones a personas con discapacidad y las muelen a palos en nombre de la libertad.
Es probable que el próximo 7 de septiembre gran parte del pueblo se pronuncie en favor de lo que hacen. Esperemos que no sea una mayoría, y que las urnas sirvan para frenar las políticas fascistas de la ultraderecha. Convocar al voto como forma de resistir es una invitación desangelada: no propone nada nuevo sino defenderse, resistir, frenar la motosierra. Por más vehemencia y arenga que le imprimamos a la campaña, lo cual es por completo necesario, no deja de ser un llamado a la acción defensiva, en retroceso.
El 7 de septiembre hay una boleta para frenar el impulso de ultraderecha. Más allá de Milei, existe una porción grande de la sociedad argentina que estuvo dispuesta a votarlo en contra de Massa y otra porción que esperamos que sea menor que está dispuesta a avalar lo que hacen. Otra porción grande votó a un millonario incapaz. Si pudiéramos imprimirle un sentido político común a la boleta de Fuerza Patria podríamos no sucumbir ante la impotencia, darnos la oportunidad de elegir un destino digno, a contramano de la consumada distopía anarco-psicótico-neoliberal. Porque sobrevivir no es lo mismo que vivir. Si les diéramos a elegir a las generaciones que atravesaron la tragedia de la desaparición, optarían por vivir y no ser sobrevivientes de nuestra peor experiencia histórica. La generación de los sobrevivientes lucha los miércoles por su jubilación para sobrevivir con dignidad en un capitalismo tardío cuyo punto de partida fue el genocidio mismo.
La fuente constituyente de la juventud –la emergencia de una minoritas universal y emancipatoria ( Scavino, 2013)– podría alimentarse de esta condición histórica y generacional respecto de la experiencia del terrorismo de Estado, de la cual se cumplen 50 años de su inicio el año próximo. Desde el punto de vista de los nacidos a partir de la década de 1960, hoy asistimos a nuestra propio drama como proyecto de país. No sólo debemos imaginar un destino a contramano del actual, sino que necesitamos impulsar la voluntad necesaria para concretar lo que resulte entre la imaginación y la acción política. Optimismo de la voluntad. En el año 2001, la alternativa fueron las asambleas y las movilizaciones de masas. Hoy, imaginar que el pueblo pueda reunirse en las calles a deliberar sobre los métodos de acción para la resistencia popular callejera y la ocupación pacífica del espacio público parece a años luz; en la prehistoria del kirchnerismo, de las pantallas celulares y la interacción digital.
Entre Alfonsín de 1927 y Cristina de 1953, el actual trasvasamiento generacional no sólo es decisivo porque sería inédito, sino porque Axel Kicillof de 1971, Juan Grabois de 1983 u Ofelia Fernández del año 2000 pertenecen a las nuevas generaciones, que no son de los desaparecidos sino de los hijos y hermanos menores de los desaparecidos. ¿Qué sentido histórico le vamos a dar al voto? Esta pregunta introspectiva elemental, que nos impone una posición situada frente a nuestras bibliotecas y tradiciones, ante las voces de las que somos nigromantes, acerca de los objetivos históricos que asume cada cual según su pertenencia a la escala de la edad biológica del pueblo, podría servir como punto de partida para imaginar desafíos de un gobierno popular, nacional, reparador, a partir de diciembre de 2027; para una imaginación ofensiva ante el desastre. Podemos adoptar una perspectiva histórica. Involucrarnos en la campaña política electoral para frenar a Milei. No sólo votar, quienes lo hacen en la provincia de Buenos Aires, sino llamar a votar. Impugnar con el mejor de los tratos (para convencerlo) al que se queda sentado, motivar a pronunciarse contra esto que hacen. Salir de la posición de víctima aunque sea con el voto individual y secreto.
Buenos Aires, agosto de 2025