Políticas contra la descorporización

La contradictoria emancipación de la condición humana con la que sueñan los plutócratas tecno-feudales, sea en su versión de avatares del mundo “meta” digital, de cuerpos reducidos a baterías biológicas para la IA, o en su versión más clásica de vivir lejos del planeta tierra abandonado a su suerte apocalíptica, en domos artificiales construidos en Marte o en alguna luna de Saturno, encumbrada como guía para el individualismo de las nuevas derechas, deriva en la descorporeización de las personas, desde la infancia. Están siendo trastocados principios elementales del proceso de subjetivación. La compañera Rico Artigas, discute antinomias: individuo y sociedad, naturaleza y cultura, competencia o cooperación. El darwinismo social persiste como discurso para justificar políticas. Somos individuos sociales, cuerpos que producen cultura y cooperamos en el agón de la vida pública. Para eso, necesitamos ser individuos autónomos, emancipados como adultos responsables y plenos de derechos. Para ser individuos, y aspirar a la libertad y la emancipación de todos –y cada uno–, a su vez, necesitamos cuerpos de una matriz humanizante, asociados a la cultura y a la naturaleza humana.

A diferencia de otras especies que desde el momento que nacen tienen capacidades para la subsistencia y desarrollo sin la presencia de otro de su especie, la particularidad del humano es llegar al mundo en estado de enorme indefensión y necesidad de otro que lo proteja, satisfaga sus necesidades y lo enlace a la experiencia de la condición humana. Al pulpo le basta con que no se lo coman para desarrollarse, nace sin presencia de otro de su especie, su progenitora gasta su última energía en la incubación de huevos. El pulpo nace sin otro y sin embargo no importa; llega al mundo filogenéticamente preparado para arreglárselas solo. En cambio, la filogénesis de nuestra especie nos preparó genéticamente para que lleguemos inmaduros a los brazos de otro porque es justamente la vulnerabilidad de inicio la que permite nuestra complejidad. El pulpo emerge del huevo en soledad ya con ocho brazos coordinados, se mueve desde que nace como pulpo en el agua, en cambio, el bebé nace con los brazos tensos y sin sostén cefálico, sin poder sostener su propia cabeza. Todo esto está hermosamente diseñado por la filogenética para  que el bebé sea sostenido en brazos por otro que lo mira y le habla. Y tan importante es esto que nacemos no solo con el reflejo de prensión y de succión sino con la predisposición a fijar la mirada en una imagen que tenga dos orificios arriba y uno abajo, es decir, los ojos y la boca. El bebé nace genéticamente diseñado para engancharse a esa “gestalt señal” (término de Spitz) que es el rostro humano. Ese “enganche”  se da como una imantación que permitirá pronto el complejo y sutil proceso de imitación y la identificación.  Gracias al lazo intergeneracional de nuestra especie nos hemos humanizado y diferenciado del mundo  animal. La dicotomía individuo-sociedad queda también diluída porque en nuestra especie se individualiza más quien más se socializa. Las psicopatologías de hoy nos muestran que el deterioro de la vincularidad, la fragilidad en la socialización está generando dificultades, retrasos y alteraciones en la posibilidad de constitución subjetiva estable y flexible, es decir la individuación. Si el sujeto es inestable e inflexible se vuelve carente de recursos para sortear los azares muchas veces desafiantes de la vida. La trampa en la que cayeron los individualistas (y nos arrastraron a todos) fue creer que exaltaban al individuo cuando en realidad lo empujaban a una fragilización.  Todavía hay quienes exaltan del darwinismo social e insisten en el valor de la competencia como catalizador de la evolución de la especie. A las antinomias entre individuo y sociedad y naturaleza y cultura podría agregarse una tercera: competencia o cooperación. Claro que quienes todavía sostienen el darwinismo social suelen pensar al individuo como una persona adulta y no se preguntan por los factores que hicieron posible la individuación.  ¿Quieren un individuo? Bueno, entonces elijan: o pulpo o una socialización humanizante. Porque para la constitución del psiquismo y la estructuración psicomotriz se necesita de cierta calidad de lazo, y para la salud mental de la sociedad también. En la intermitencia permanente que el dispositivo del celular y las pantallas instaló hace ya una década con todas las aplicaciones y redes social que generaron una crisis de presencia (porque el psiquismo necesita del par presencia-ausencia pero si la presencia no llega a instalarse es problemático) nos encontramos que en las escuelas escalaron exponencialmente los casos de niños y niñas con problemáticas psicomotrices y dificultades en el desarrollo.  ¿Por dónde se puede revitalizar el lazo que libidinice, que recorra la fisiopsicología del niño y le permita apropiarse subjetivamente de su cuerpo? Porque es el hecho de aprender en, desde y con su cuerpo que luego el niño y la niña pueden formular representaciones y pensamiento abstracto. El lenguaje humano se despega de lo concreto por esa capacidad de deslizar el sentido. Los humanos antes de caminar, bailan, antes de hablar, cantan, esto es así para cada bebé que está desarrollándose de forma saludable en relación a la constitución psíquica y a su estructuración psicomotriz. Así somos los  humanos: simbólicos por naturaleza. Lo simbólico no está solo en la representación mental sino en la corporalidad, surge de ella, del intercambio entre el bebé y sus cuidadores primarios en las etapas preverbales. Cuando un bebé de aproximadamente ocho meses baila, canturrea, señala con el dedo (gesto protodeclarativo- antesala del lenguaje verbal) podemos decir que ya está bien bañado por lo simbólico y por el lenguaje. Los perros piensan y  sacan conclusiones, los pulpos construyen guaridas con objetos, las abejas se comunican estupendamente, pero ninguna de estas especies podrá formular jamás la pregunta: ¿por qué existe algo en vez de nada? 

Henri Wallón, psicólogo, médico y neurólogo, uno de los máximos referentes de la teoría psicomotriz, fue el responsable desde el ministerio de educación de Francia de que existieran gabinetes psicopedagógicos en las escuelas. ¿Habrá que dotar a las escuelas en el mundo contemporáneo de nuevos dispositivos que permitan construir en los niños la corporalidad que está desfalleciente en estos tiempos de descorporización?¿Se le puede pedir más al “cuerpo docente” (en su doble acepción) ya agobiado y ultra demandado? ¿Podremos pensar maneras de introducir variables al dispositivo pedagógico que nutran la corporalidad del docente para que pueda sostener libidinalmente a los niños y niñas que lo necesitan? Mucho se fantasea con la idea de que la Inteligencia Artificial dé clases, no obstante, sabemos que sobre todo en la infancia la efectiva puesta en práctica de las clases se da por lo que el docente transmite libidinalmente con su corporeidad.  

Buenos Aires, agosto de 2025

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