Motivada por una intervención de Diego Sztulwark en un programa de radio, Asja Lãcis, compañera de Viento Sur, propone una entrada para pensar a propósito de una palabra: “reciclar”. A contramano de la idea tradicional de la revolución, en la senda del progreso modernizador, como destrucción, consumo y gasto, romper el Estado burgués para la emancipación de las masas, reciclar exige “reparar daños”. Los daños están producidos. Las nuevas tecnologías son nocivas. La pandemia puso en jaque consensos elementales sobre el valor de lo público. La grieta dio lugar a Macri y a Milei. Los jubilados mueren pobres y golpeados. El ajuste es una realidad consumada. Reciclar podría ser un concepto político más importante de lo que consideramos. Las urgencias ante el horror de catástrofes climáticas como las recientes inundaciones, y las vidas en situación de calle que se mueren de frío se superponen a las urgencias ante el horror de la sociedad brutalista. Reciclar ya no es una consigna del ecologismo iluminado, lo que hay que reparar no es solo el sistema de Gaia, sino los más elementales consensos de las culturas políticas.
En una entrevista reciente, Diego Sztulwark dice: “si no vamos hacia una radicalización política, no se si esa es la palabra, no en el sentido de los mismos políticos imitando a Milei y gritando en los streamings, estoy pensando en la radical intolerancia a todo aquello que no sea capaz de reparar daños”, si no vamos hacia allí, dice, ante el brutalismo de la sociedad contemporánea: “Vayamos buscando un lugar cómodo desde donde mirar el horror”. Lo cita a Bifo Berardi, al pesimismo del italiano. Va a hacer falta mucha “nobleza” de nuestra parte, ese es el término que usa, para asumir que tenemos una tarea verdaderamente importante –decimos por nuestra parte: urgente–; para sacar a estos tipos y cambiar el destino –de “barbarie”, dice Sztulwark– al que nos lleva, no ellos (que son el resultado) sino la sociedad brutalista, debemos observar el problema de frente verlo en su real dimensión precipitado hacia el horror. Ir a contramano de la fórmula de moda que reemplaza al tradicional “hacerse el boludo” que es “fingir demencia”, desresponsabilizarse. Quizás debamos “pasarnos tres pueblos” en el sentido de que todo aquello que no repara daños está mal orientado. La radicalización política no en el grito como contrapartida de la crueldad; sino en otro sentido: una toma de conciencia, en vez de tirar todo a la basura, hay que reciclar de forma urgente. En su documental Los espigadores y la espigadora (2000), Agnés Vardá proponía hace 25 años esta alternativa como pensamiento y mirada cinematográfica. Todo lo que se parezca a no reciclar la basura está mal, en un sentido que podríamos radicalizar. Tomarse el trabajo de reciclar la basura, una tarea que no retribuye dinero ni ganancia inmediata, aburrida porque si la hiciera una máquina nos estaría dando libertad, tanto como lavar la ropa o los platos son tareas de las que podríamos prescindir sin daño. Limpiar, aunque haya por lo general trabajadoras que lo hacen, y aunque pueda ser un modo de vida pleno para el protagonista en Días perfectos de Win Wenders, es algo que no podemos evitar. En Argentina, todavía nadie obliga ni premia por reciclar. La actitud, en sí misma, puede servir como “termómetro”: todo aquel que considera que está en su derecho no reciclar y actúa de ese modo con su basura, cuando proyecta esa actitud ante la vida hacia otros planos de sus prácticas sociales, debe ser un adversario político, y debemos combatirlo o convencerlo de que modifique su actitud y su pensamiento. No se trata de perseguirlos, como algunos quisieron hacer con los que salían a correr por los bosques de Palermo durante la pandemia; tampoco de tener una actitud coercitiva de imposición, ni adoptar un aire de superioridad moral ante el que no se toma el trabajo de reciclar la basura. Las y los jóvenes que iban a encontrarse con otras y otros en las fiestas clandestinas no eran asesinos. El que no recicla no es un asesino. Volvernos completamente intolerantes respecto de todo aquello que no sea capaz de reparar daños, implica menos una posición moral autocomplaciente y, a fin de cuentas, consolatoria, que un llamado a la acción: en vez de la queja y la victimización desde casa porque no puedo salir, desde la red social porque estoy solo al otro lado de la pantalla, llamemos a abandonar la posición de víctimas y a militar en alguna agrupación política, salir a la calle, a convocar a encuentros en espacios públicos, hacer colectas, acompañar comedores, participar de asambleas, trueques, acercarse a la mesita con sombrilla en la esquina del centro barrial, a la unidad básica, a la seccional, al sindicato y al aula. Basta de queja. Reparemos, reciclemos, el daño está hecho y se sigue haciendo cada vez peor: debemos bajar la palanca que acciona los frenos del tren.
Buenos Aires, julio de 2025